Ven
ya querida mía. Que las olas te reclaman. El barco no puede partir, sino te ve
subiendo en medio de los tablones del improvisado puerto.
La isla no existe si no vas zarpando los hilos de tu
sombrero de palma sobre las gotas fugaces del travieso viento.
Si la arena no te ve llegar, puede que me inunde con sobresaltos,
y no me deje atracar, y quizás deba explicar a la sombra de los arboles tu
temida ausencia.
Ven querida mía. Acompáñame en este cayuco que sobresale por
las olas, solo por su color amarillo y su incesantes ganas de navegar.