Páginas

23/10/09

Siempre me marcho…

Siempre inicio algo y nunca lo termino.

Cuando tenía cinco años, inicie en un colegio para infantes, a los cuatro meses dejé de asistir, me daba miedo quedarme tanto tiempo solo. Al parecer nunca me repuse.

Cuando tenía doce años abandone el equipo de futbol, no me gustaba tener que ir todos los viernes, sábados y domingos a entrenar. Siempre buscaba una excusa para abandonar las reuniones del equipo, porque me molestaba la responsabilidad de estar más de dos temporadas con mis compañeros, haciendo siempre lo mismo: compitiendo entre nosotros por saber cuál era el mejor en seguir un pedazo de cuero.

Con mis quince años abandoné los estudios, repetí un año porque no me antojaba volver todos los días a las doce del día a casa, y luego pasar toda la tarde estudiando y haciendo tareas. Me deprimía leer libros, hacer formulas de matemáticas e investigar sobre temas aburridos.

Con dieciocho años abandone a la chica que mas me quiso, la que mejor se supo entregar y la que más cerca estuvo de mis momentos de adolescente deprimido. Nunca soporte sus celos y su presencia llegaba a asfixiarme.

A los 21 definitivamente abandoné la carrea universitaria, me canse de estudiar, de todo cuanto significaba coronar un título universitario. Desistí de la competencia académica que todos llevan.

Y en los sucesivos años abandoné mi primer trabajo, en el que sin tener un título universitario, ni una buena experiencia, una oportunidad laboral que me habían dado la opción de aprender, trabajar y superarme.

Y aquí estoy, viendo que siempre me marcho, siempre abandono el terreno cuando las cosas empiezan a ponerse mal. Siempre escapo.