Benedetto tiene 27 años, sigue soñando igual, pero empuja su vida con más determinación, pues sabe que las nubes no sostienen el peso de los sueños.
Benedetto aún observa desde la ventana del bus las mismas calles provinciales de Bolognetta, esa parte profunda del Palermo que le vio nacer, pero su corazón ya está lejos de allí, su pasión está en un lugar donde el destino le llevará en breve.
Benedetto, ya no tiene 12 –tienen 27- pero sigue la vida con mucha ilusión, porque aprendió a subrayar de los libros las palabras que mas le gustaban, a reconstruir sus juguetes.
De sus recuerdos ha sabido guardar los mejores. Ha aprendido que el mayor destello –como un descubrimiento sublime- es encontrar en la vida las grandes respuestas con buenas preguntas, y los buenos amigos con grandes abrazos.
A sus ocho, cuando observa a María Justina mientras caminaba cantando una canción irreconocible canción por la Vía Matteotti. Él le observaba inmóvil desde la ventana del tercer piso.
También guarda un recuerdo especial de cuando que compraba pan, queso y leche en el barrio. Una tarea absurda, pero que aprendió a realizar -de manera religiosa- por repetir la rutina todos los días.
También aprendió sobre la importancia de la comida de los campesinos que se van todos los días a las afueras de la ciudad para sembrar o cosechar, comen pan duro y aceitunas.
De María Justina aprendió la alegría, de su rutinaria compra en el barrio la constancia y de la comida de los campesinos, la riqueza de la sencillez.
Por eso Benedetto, este día, que debe tomar el bus, que hace el primer tramo en su viaje rumbo a Palermo, ha jurado llevarse consigo los recuerdos de su profunda y pequeña ciudad. Sabe que sus amigos permanecerán, porque sabe que solamente lo importante permanece. Lo sabe, porque sigue viendo la vida como el tesoro de los doce, aunque tiene 27.
