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30/4/10

¿Somos eso que dices?

Supongamos que estoy sentado sobre un tronco seco, mientras llueve estoy comiendo una naranja acida, y cada vez que como un pedazo de fruta te veo a los ojos. Se supone que somos un par de personas viviendo en algún país tropical.

Estoy sentado en un sofá de cuero, leyendo mi correo electrónico en un escritorio diáfano, en el que se respira un cierto aroma a minimalismo, el cual no disfruto porque el estrés esta conmigo y viene en forma de cinco timbres diferentes que anuncian llamadas telefónicas. ¿Debo suponer que soy un ejecutivo?

Camino por una soleada calle de alicante, me ven caminar todos los españoles que se encuentran en la acera, y por sus miradas intuyo que me etiquetan como: “Turista ingles, exigente, reservado, ¿Soy un viajero?

Para usar tu imaginación conmigo, para plantearte estar el resto de tu vida a mi lado deberías saber que no me gustan los cítricos, odio las oficinas y no me gusta viajar. Pero, si aun así quieres seguir creando escenarios alternativos para nosotros, adelante cada quien hace su mundo.

Pero esa historia será solo tuya, yo no seré eso que dices que soy. No soy la idea de nadie, no estoy en la imaginación de nadie, no me gusta residir como una imagen o un concepto, tampoco soy un recuerdo.

La línea invisible

Se trata de una frontera imaginaria la cual no debemos pasar, es una raya que limita el antes y el después. Reduce nuestras ideas a kilómetros, metros y centímetros. Es una forma de medir hasta donde podemos llegar sin sufrir las consecuencias de los errores.

Esa señal puede ser violada una y otra vez, pero basta un momento de mala suerte para que se deba pagar el exceso de libertad.

Y este riesgo, es porque nunca nos hemos escuchado, siempre hemos cometido los mismos errores y hemos salido impunes, ya deberíamos saber que se trata de una injusta forma de actuar, y que alguna vez esa línea nos pasará un recibo por consumo extra.